Leer es un vicio solitario que se puede compartir.

Tengo otros pero suenan menos adecuados.

Tengo una nueva heroína y la he encontrado en Gramercy Park.

Quiero una Amelia Butterworth en mi vida. Definitivamente. Una mujer llena de confianza, segura de hasta dónde pueden llegar sus habilidades y capaz de desafiar al más pintado, sin dejarse amilanar por los condicionantes de una sociedad para la cual el sexo femenino es débil y dependiente. Con esa personalidad que trasciende las páginas para resaltar en un primer plano de una solidez apabullante. Con las virtudes y defectos que hacen de ella una protagonista perfecta para esta decimonónica novela policíaca.

Entendámonos: no es una versión femenina de Sherlock Holmes, ni falta que nos hace. Ella tiene sus propios métodos y estrategias. Hay una parte de deducción, otra de intuición y una tercera de descubrimientos que responden de alguna manera al azar. Y con todo ello capta la atención. Su caracterización es tan cuidadosa y acertada como la del resto de los personajes, incluso el más pasajero, a veces conseguida con sólo unas pocas frases.

Con el estilo claro y elegante propio de la dama que se precia de ser, la señorita Butterworth (de la mano de Anna K. Green) nos va proporcionando la información precisa para acompañarla a lo largo de sus investigaciones y el particular duelo que mantiene con el detective profesional Gryce. Ya quisiera yo la mitad de su compostura a la hora de manejar las dificultades. Y de su ingenio.

Mi (ahora) querida Amelia, me ha tenido intrigada durante cada giro argumental y, echando mano de algunos trucos con maestría, me ha sorprendido a veces con conclusiones que no esperaba. Admirable en la constancia de sus propósitos, pareja a la del ritmo de la historia, se ha convertido para mí en una heroína. Con su dosis de digno orgullo y la sensibilidad justa, bien guardada para utilizar sólo cuando es adecuado. Toda una señora.  

Y si no tengo una Amelia Butterworth para mí sola, me conformo con un poco de sus mejores partes. A ver si algo se me pega.


* Un par de apuntes sobre la edición:
Aparte del pequeño desvarío de arriba, no podía dejar a un lado lo exquisito de la edición (algo por lo que me enamora dÉpoca), lo cual supone un valor añadido al placer de esta lectura. Notables los dibujos de Louis Malteste que ilustran el libro y el prólogo de Carmen Forján que te conduce al mundo de la autora, Anna Katharine Green. Así da gusto leer.



 “El misterio de Gramercy Park”. 
Anna Katharine Green.

Editorial dÉpoca, 2014.

Título original: “That Affair Next Door” (1897)
Traducción: Rosa Sahuquillo Moreno y Susanna González.


«La acaudalada familia Van Burnam regresa regresa de un viaje al extranjero al mismo tiempo que aparece una mujer muerta en el salón de su casa. Un gran aparador ha caído sobre ella aplastando su cara, y aunque la policía sospecha que la víctima es la esposa de uno de los hijos del señor Van Burnam, éste insiste en que no la reconoce. ¿Qué hacía la mujer en una mansión que permanecía cerrada? ¿De quién son las extrañas prendas que llevaba puestas? ¿Estaba muerta antes de caer sobre ella el aparador?»


** Estas notas sobre mis impresiones de la lectura de "El misterio de Gramercy Park" se atreven a participar en el concurso de reseñas y sorteo que han organizado Rustis y Mustis en su blog


A veces hay que dejarlo pasar

A veces hay que dejarlo pasar. Por salud mental, más que nada. Y me refiero a… a casi todo en la vida, en realidad. A veces, al mirar el mundo alrededor, se me llena el estómago de indignación y las palabras (malsonantes muchas de ellas, lo confieso) se atropellan al rodar por la lengua. Ese ánimo exaltado termina por agotar, a fuerza de repetirse demasiado a menudo, y he llegado a la conclusión de que no merece la pena estar siempre con las uñas afiladas y dispuesta a saltar a la yugular. No se trata de mirar para otro lado, no, pero sí de darte un tiempo de reflexión mientras pasa y lo miras de reojo. Como una leona al acecho, intentar elegir la mejor presa cuando tengas que cazar. Practicar la paciencia (no la resignación, eso no) y darte un tiempo de reposo para fortalecerte. Saber esperar, a veces, tiene sus recompensas.



Ruido.

A veces parece que nuestro mundo está hecho de ruido, material pesado de la maquinaria cotidiana del que resulta difícil desprenderse, y se diría que algunos no saben vivir sin él. Es tal el hábito del ruido que el silencio, cuando se asienta, nos sorprende.

Palabreos: Soberbia

Sustantivo cuya definición según la RAE es:

(Del lat. superbĭa).
  1. f. Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros.
  2. f. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás.
  3. f. Especialmente hablando de los edificios, exceso en la magnificencia, suntuosidad o pompa.
  4. f. Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas.
  5. f. ant. Palabra o acción injuriosa.
Sinónimos: altivez, altanería, arrogancia, vanidad.


Según la tradición religiosa cristiana, uno de los siete pecados capitales, probablemente el más grave y del que emanan los demás. Fue el culpable del levantamiento del ángel Lucifer y su posterior caída para convertirse en demonio.

En la actualidad, característica por la que se reconoce a los miembros de la élite gobernante del país, la cual engloba a los jerarcas políticos y económicos, especies en convivencia y connivencia simbiótica.


Ajá.


Lucifer según Gustave Dore. 
Ilustración para "El paraíso perdido" de John Milton.

Algunas cosas que no entiendo y otras que puedo entender

A veces no entiendo a quienes no aprecian el valor de las palabras, de su significado, de la forma en que acarician el paladar cuando las pronuncias y se deslizan para llevar un mensaje o ruedan por tus dedos hacia el papel donde se harán permanentes, del poder para cambiar una vida.

A veces no entiendo a la gente que no disfruta el placer de la lectura, que lanzan miradas de desdén porque no saben sentir respirar al libro, que confunde el solaz del lector con el escapismo del ingenuo, que se pierde ese íntimo goce de ampliar el mundo por dentro y por fuera.

A veces no entiendo por qué aparece un libro, de repente, que te provoca un ramalazo de amor, ese amor profundo que te sacude y te vuelve del revés, ese amor puro que simplemente te hunde en el extasío. Ocurre, sin más, y lo único que puedes hacer es dejarte arrastrar por él.

Puedo entender que un día te azote la conciencia de tus limitaciones y abandones lo que, en ese momento, ves que no llegará a puerto. Quizá eres un escritor con cierto renombre, de cierto respeto, pero estás paseando en tu tono habitual y una nota rompe el ritmo y te alcanza la evidencia de que no te queda nada por decir y tu tarea ha terminado. Y buscas otra forma de expresarte. Y tu vida cambia. Eso puedo entenderlo.

Puedo entender la simple belleza de intentar aprehender la vida, de aprenderla también, de intentar controlar el desorden de las piezas que va dejando a tu alrededor y buscar tu figura en algún lugar de ellas, encajada entre otras figuras, y contornearla y distinguirla entre todas las demás, darle el volumen adecuado para que ocupe el sitio que le corresponde. Eso puedo entenderlo.

Puedo entender a Jasper Gwyn, extravagante y lúcido, y su búsqueda de la expresión más limpia de lo esencial. Puedo entenderlo y puedo amarlo, sacudida, extasiada, perdida para siempre en un retrato pintado con palabras. Soy letra, soy imagen, soy una historia.

Lo que no puedo entender es por qué he tardado tanto en leer de nuevo a Baricco. Quizá tenía miedo de no reencontrar la sensación luminosa de aquella belleza que me deslumbró en “Seda”. Ese miedo que a veces nos invade después de la emoción intensa, cuando sientes que no la podrás recuperar. Habrá otras emociones igual de intensas, tal vez más, pero ya no será esa misma. Eso, la desazón, también puedo entenderlo.

Puedo entender que no existe la perfección sino simples espejismos que se le asemejan, que es sólo un ideal al que aspirar y, por el camino, ir creando sombras, imágenes, incluso réplicas que parecen trascender su condición de imperfectas y casi rozan la utopía. Atrapan la luz y se visten con ella. Y tú te arropas en sus pliegues, maravillada. 

Puedo entender el abrigo que ofrecen las palabras cuando son las que, en ese preciso instante, se necesita escuchar, o leer, o abrazar. Y el sentimiento rampante ante lo novedoso, y la conmoción ante lo mágico, y el colapso ante lo eterno. Sufrí el síndrome de Stendhal; ese desplomarse de la realidad frente a la inmortalidad de la belleza, ese sentir absurdo pero inexorable, y lo entiendo.

Puedo entender el flechazo, la atracción inmediata por algo que, quizá sólo en tu inconsciente, reconoces. Enamorarte sin atender a razones de lo que te ha ganado el corazón, no importa por qué motivos. Caer rendida ante la expresión tangible de esa idea que se asoma al balcón de tu pensamiento, mantenida siempre en la penumbra, expectante. Temblar como una niña ante su primer beso.

No necesito entender todo para seguir viviendo cada día, aunque a veces me gustaría entenderme a mí misma. Puede que esa sea la razón que impulsa a Jasper Gwyn a abandonar la vida que tenía y emprender esa exploración íntima tan minuciosa, tan abrumadora. Y, al entenderse a sí mismo, comienzan a entenderlo quienes lo rodean.

Gracias, Alessandro, por este regalo de presentarme a Jasper Gwyn y dejarme amarlo. Gracias por el resto de personajes tan vivos que podía tocarlos. Gracias por esta historia que abre las puertas a otras historias que seguiré. Gracias por esta escritura tersa como las caricias del enamorado. Gracias por la concisión y la elegancia cuando cuentas en voz baja, al oído.  Gracias por llevarme de Regent’s Park a una noche de estrellas en Dinamarca. Gracias por  quedarte en el paisaje de mi mente.

«Todos somos una página de un libro, pero de un libro que nadie ha escrito nunca y que en vano buscamos en las estanterías de nuestra mente.»

Este es de esos libros que me hacen creer que no puedo volver a escribir.
Este es de esos libros que me hacen sentir que no puedo dejar de escribir.

Mr. Gwyn. Alessandro Baricco.
Editorial Anagrama, 2012.
Edición original: Mr. Gwyn (Giangiacomo Feltrinelli, 2011)
Traducción: Xavier González Rovira



De interés añadido: el descrifrado del texto que forma la huella de la portada.


«No somos personajes, somos historias.»

Notas de cata: Penelope Mortimer, Orhan Pamuk, Oscar Wilde, Fleur Jaeggy, Isaac Belmar, Evelyn Waugh, Nathalie Sarraute, Carlos Laredo

Este mes lector ha estado marcado por las lecturas breves pero de calidad. Entre todas ellas, tres relecturas: Waugh, a quien hace un tiempo tengo ganas de volver; Wilde, gracias al reto de Finales Felices de Seri, de El borde de la Realidad; y Mortimer, aunque en este caso fue una sorpresa la relectura. ¿Por qué? Por este despiste que llevo conmigo. Compré con expectación la reciente edición de Impedimenta, que me había enamorado al verla en el catálogo, y al añadirla a mi base de datos encontré otro título de la autora, “La torre”, que no recordaba. Es la misma novela, en una edición de Mondadori  del 96, que está en mi pequeña biblioteca desde hace trece años. En fin. Esta es mi cabeza y así es mi mundo. Y aquí tenéis mis notas de cata:

EL DEVORADOR DE CALABAZAS. Penelope Mortimer

Me apasiona el chocolate cuando es negro, con todo su amargor, lleno de sabores densos que te llenan el paladar. Lo mismo me ocurre con los libros y, cuando encuentro uno con esa misma intensidad, lo paladeo con cuidado. Como he hecho con éste. Porque cuenta mucho más de lo que dice. Porque está lleno de matices. Porque la ironía y la amargura se entrelazan de una manera tan íntima que a veces cuesta desanudarlas. Por la conciencia dual de la voz que nos habla. Por esa historia tan viva y real (muy real). Por esa protagonista que, a ratos, me levantaba ampollas. Por ese final que no voy a mencionar. Cacao al noventa por cien. Del mejor.

Para maridar con: lectores de paladar exigente que no busquen el azúcar de la vida.

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